sábado, 2 de octubre de 2010

NOTAS CLUB DE DEBATE MARTES 28 DE SEPTIEMBRE: INTERPRETACIÓN DE UNA EXQUISITA CONVERSACIÓN

LA CONCERTACIÓN DE PARTIDOS POR LA DEMOCRACIA: ESTADO ACTUAL Y PROYECCIONES EN EL ESCENARIO POLÍTICO CHILENO

La Concertación de Partidos por la Democracia tiene su origen como alianza política, en la idea de recuperar la democracia y afianzar la defensa de los derechos humanos. En términos prácticos dichos objetivos se habrían relacionado de manera casi idéntica con la derrota en las urnas del general Pinochet. En el proyecto ideológico de la concertación está su fuerza, pero también de algún modo su debilidad. Recuperar la democracia implica procesos mucho más complejos que los necesarios para que desapareciera el dictador de turno. Después de largos años de ejercicio autoritario, se debía traer a la vida instituciones y procesos democráticos que nunca aceptaron su jubilación anticipada. Se requería propiciar espacios de encuentro. salvar las confianzas perdidas entre estado, sociedad civil y actores de sistema político.

La concertación en tal sentido logra ser exitosa en dos aspectos, por una parte recuperar la oportunidad de abrir la democracia y administrarla; y por otro, en consolidarse como un bloque político permanente en el tiempo, capaz de recuperar y/o neutralizar las diferencias de sus integrantes para colocarlas al servicio de un proyecto programático general.

La otra cara de este mismo proceso se engancha de los mismos fines que la hacen admirable como modelo político. Si su proyecto es la democracia, ésta ya viene diseñada, con los planos del arquitecto castrense mayor. Las barreras de entrada para la construcción del proyecto que imaginaron los líderes de este conglomerado, son altas. Más que como un Miguel Ángel, la concertación debe operar de entrada como el maestro que entra a picar, pero sin margen de maniobra: primer atentado al proyecto concertacionista.

Su segunda debilidad está ligada al menos en parte, a esta desilusionante realidad. Atareada en administrar el miedo de los primeros años y ganar terreno en la lucha contra los enclaves autoritarios, descuida otra parte importante del entorno. Se olvida que la democracia llave en mano neoliberal, tiene hijos: los ciudadanos del consumo. Las demandas ciudadanas crecen exponencialmente, pero no en la línea de los grandes valores que orientaron el surgimiento de la Concertación. El mundo cambió, la globalización, el desarrollo de grupos y subgrupos de interés se escapa a los lentos mecanismos de mediación y representación que presentan los partidos políticos.

La adhesión de las comunidades a nuevos temas propios de un país que ha “superado” los que una década antes eran condiciones para el establecimiento de una democracia real, parece ser algo que nadie discute. Nuevos intereses, nuevas formas de organización, se cuelan en los intersticios que deja la falta de respuestas. Contribuye a esta inacción, la excesiva confianza del ex bloque gobernante en dos aspectos: 1) El convencimiento de ser poseedores del monopolio de los grandes valores y pensar que dicha autoridad moral se transformaría per secula seculorum, en votos recién salidos del horno. Su debilidad está ligada al menosprecio de su competencia política, a la falta de visión estratégica como organización de partidos, no están mirando al resto de los actores del sistema político en forma sería. 2) El pragmatismo electoral que opera al interior de cada partido concertacionista, brújula que pasa por encima de los congresos programáticos, jornadas cargadas de actitud reflexiva y procesos de refundación varios. Conquistar a la ciudadanía a corto plazo sin mirar que está ha crecido y que ya tiene patas y buche. Mientras, en el otrora patio propio del progresismo- la organización vecinal, barrial, la construcción comunal – se instala lenta, pero sostenidamente la nueva derecha política. Dicho bloque algo ha aprendido, escucha y lee cada vez un poquito mejor los palpitos del corazón ciudadano de nuevo cuño. Sintoniza más rápido y fuerte con el pragmatismo que exigen las masas para no arriesgar nada de lo ganado y seguir avanzando sin necesidad de grandes compromisos colectivos ni metarrelatos.

Así y todo, lo que viene para los próximos años (nueve siglos siguientes) está para cualquiera, si cualquiera se simplifica a dos. Este pluralismo polarizado nuestro de cada día, tan soporífero como estable, se consolida sin sombras ni amenazas gracias a nuestro sistema electoral; Mecanismo que de tan indeseable, pasó a ser un mal necesario sin que nos diéramos cuenta. Cristalizadas las alas, ya nadie vuela, y la democracia raya en la fomedad. El modelo generador de riqueza y desigualdad, sigue su curso y goza de buena salud, gracias a que los relevos funcionan con prolijidad en el traspaso del bastón.

¿Cómo diferenciarse, cuando las distinciones están desnutridas?

Las obras no son suficientes para establecer diferencias, el gobierno de Eduardo Freí fue entre todos los de la Concertación, el que alcanzó mayor nivel de eficiencia en el cumplimiento de metas y objetivos programados (51%). Sin embargo, resplandece entre las estrellas de otro cielo. Medios de comunicación y ciudadanía , lo asocian a un mandato cargado de inercia y carente de todo brillo.

Una tesis interesante surge para ser analizada. La única forma que la concertación vuelva a ser alternativa de gobierno es que se autodestruya. Es hora de que la desdibujada coalición lleve a cabo todo lo que no hizo por temor a la casta militar saliente. La expresión más importante y clara de esta intención de superarse a sí misma como opción organizada de conducción, es promover y forzar la representatividad popular: Una asamblea Nacional Constituyente.

Una segunda tesis sostiene en respuesta, la imposibilidad de aquello ocurra en el actual contexto. La pauta de conducta política en un sistema que en términos hípicos, paga a ganador y a place, entrega muy pocos incentivos para cambios radicales. Fuerzas políticas muy bien adaptadas y siempre bien recibidas en todos los salones, no apostarían por una asamblea constituyente, menos si lo que tienen que hacer es aumentar en un delta relativamente menor su esfuerzo para triunfar. El riesgo del apostador aquí es mínimo. La estrategia está en jugársela por el fallo fotográfico por cabeza (en el margen). La alternancia en el poder puede ser un costo mínimo y tolerable al lado, de la total incertidumbre.

Los nuevos votantes (cambio en el sistema de inscripción en los registros electorales), son una caja negra a medias, por número podrían girar el país y ponerlo de cabeza, hasta que caigan políticos con las cualidades que exige una comunidad cada vez más demandante. Sin embargo, los estudios do opinión permiten inferir que su participación no impondrá mayores tempestades al sistema político. Sus tendencias en variedad de opinión y preferencias, muestran no ser muy diferentes de las de aquellos que están votando hoy día.

El proceso debe apostar a potenciar redes ciudadanas que reflexionen, participen y vayan generando mecanismos amplios e inclusivos para la interacción constante. De manera paulatina, se avanzará en la construcción de visiones y formas de participación que derivaran en propuestas avanzadas de representatividad y administración de la democracia, sean éstas una asamblea constituyente o cualquiera otra forma política construida con tiempo, esmero y respeto a las personas.

Una tercera tesis sostiene que un nuevo proyecto político sólo es factible si se apela a lo nacional y la educación cívica. Ese sentimiento unificador en torno a la patria y el compromiso con el bien común serían la clave de cualquier transformación. La respuesta a esa tesis, nos devuelve al pasado europeo donde el nacionalismo construyó proyectos políticos autoritarios depredadores y muy difíciles de olvidar. Para el caso latinoamericano, simplemente se puede señalar que los experimentos amparados en este apego irrestricto a la patria son, pese su incalculable daño, un muerto que aún sangra por la herida.

¿A qué acudir?, ¿Desde dónde interpela y mueve un nuevo proyecto político?Una tesis final, señala que la proyección de un referente político de mayor alcance, pasa por su apelación simbólica a la idea del regionalismo como bandera de lucha. Una sentida reivindicación que ya tiene larga data, una demanda legítima que el sistema político actual nunca ha recogido con seriedad.

J.T

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